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Cuando el Gobierno habla de “modernización”, habla de otra cosa. Porque lo que ingresó al Senado no es un salto hacia el futuro sino un viaje directo al siglo XIX: jornadas de hasta 12 horas, menos indemnizaciones, facilidades de despido, vaciamiento sindical y un nuevo orden laboral pensado más para disciplinar que para proteger. Una modernización que, más que trabajadores, parece necesitar esclavos.
El texto de la Rosada, 191 artículos en 71 páginas, no crea empleo ni formaliza a nadie: abarata costos empresariales a expensas de quienes sostienen la economía real. Extiende horas, flexibiliza derechos, y debilita la organización colectiva. Baja indemnizaciones al excluir vacaciones, aguinaldo y premios; habilita pagos en cuotas; y permite que los salarios se entreguen en pesos, dólares o incluso en especie, como si el país retrocediera a épocas previas a cualquier derecho social.
Mientras tanto, en los países desarrollados, esos mismos con los que los gobiernos suelen compararse, ocurre lo contrario: se reduce la jornada laboral para mejorar la productividad, crear empleo y equilibrar vida y trabajo. España, Islandia, Bélgica, Reino Unido: todos avanzan hacia semanas más cortas. Argentina, en cambio, propone jornadas más largas y menos derechos. ¿Qué tiene eso de moderno?
El proyecto también inventa el Fondo de Asistencia Laboral, donde el Estado resigna aportes previsionales para cubrir despidos privados. Un sistema que socializa las pérdidas empresarias y desfinancia la seguridad social, poniendo en riesgo jubilaciones y salud.
Para monotributistas y “autónomos”, la reforma invierte la presunción de laboralidad: ahora todo vínculo con factura se considera “independiente” por defecto. Miles de personas quedarán sin posibilidad de reclamar fraude o encubrimiento. Lo mismo ocurre con los trabajadores de plataformas, a quienes se consolida en un limbo sin derechos básicos.
La avanzada también restringe la huelga, ensancha la definición de “servicios esenciales”, y habilita que cualquier conflicto se judicialice. Se desarma la negociación colectiva y se impulsa la atomización por empresa: cada trabajador solo frente al empleador.
Llaman “modernizar” a empujar a la Argentina hacia un modelo ya fracasado en América Latina: más pobres, más desocupados, más marginalidad. Menos Estado donde hace falta y más poder para el que ya lo tiene.
Si esto es el futuro, es un futuro que empequeñece al país. Y que, tarde o temprano, termina explotando.
27° 
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