La política argentina atraviesa un tiempo de espejos rotos. En ellos se reflejan figuras que ya no se reconocen, gestos ensayados que no conmueven a nadie. La reunión fallida entre Mauricio Macri y Javier Milei, los escándalos de corrupción, los vínculos con el narcotráfico, los cargos testimoniales que se critican y luego se reproducen, como los de Diego Santilli y Manuel Adorni, y la interna entre Axel Kicillof, Cristina Fernández de Kirchner y La Cámpora, no son solo episodios de coyuntura: son la escenografía de un divorcio con la sociedad.

Doce millones de argentinos no fueron a votar. No porque no les importe: porque ya no creen que alguien los escuche. La política habla un idioma que el pueblo ha dejado de entender. La política ya no habla de proyectos, habla de cargos. Nombra el hambre, pero no cómo erradicarla. Menciona las escuelas, pero no un proyecto educativo que prepare a los chicos para el mundo que ya cambió. Habla de encuestas, no de futuro. Habla de poder, pero no de sentido.. El peronismo, que alguna vez fue una síntesis entre justicia y esperanza, hoy parece atrapado en su propio laberinto.

El mundo cambió. Las fábricas ya no marcan el pulso del trabajo, y las redes reemplazaron a la plaza. La gente no escucha discursos, mira pantallas. No busca líderes, busca sentido. Pero los dirigentes siguen hablando desde un atril invisible, convencidos de que la repetición de consignas sustituye al pensamiento.

La información, lejos de aclarar, confunde. Las fake news son una fábrica de sombras donde la verdad se vuelve un ruido más. Y en ese ruido, la política se extravía. La gente vota por saturación, no por esperanza. El candidato más visto en pantalla gana, aunque nadie sepa qué sombras habitan detrás de su imagen. Hubo quien ofreció dolor como redención, furia como esperanza, y fue elegido por quienes creyeron que no cumpliría sus promesas. Lo votaron por ajeno, por distinto, y encontraron en su diferencia la confirmación de su propio desencanto.

Pero hay salida, siempre la hay. Volver a las internas abiertas, que la gente elija, que se escuche la voz de los barrios, que la unidad no sea solo una estrategia electoral sino una construcción de sentido.
La política, como todo, debe aggiornarse a los tiempos que corren: comprender las nuevas formas de comunicación, las nuevas maneras de sentir y de mirar el mundo. En una sociedad tan fragmentada, hay que saber escuchar a cada parte, encontrar el modo de llegar con el mensaje, con la acción, con la propuesta.
El desafío es enorme, pero no imposible.
Hay que dejar de llorar por los votos perdidos y volver a ganar corazones.
Porque el hambre, la desilusión y la desesperanza no esperan.
Y si algo enseña la historia argentina es que, cuando el pueblo vuelve a hablar, hasta el ruido se vuelve música.